miércoles, 6 de enero de 2010

¡Welcome mother fucker. We miss you!


Sin duda Inglorious Basterds como todo el cine de Quentin Tarantino desde Jackie Brown, se balancea entre la adoración y el repudio del respetable, sin importar si se trata de espectadores fieles a su cine o a la casualidad encantadora de los multiplex.

Muchos han afirmado que el ‘enfant terrible’ de Hollywood ha terminado por tomarse demasiado en serio su papel de director de culto y que hoy por hoy Tarantino es una burda copia de aquél realizador que impactara a la industria con dos obras maestras: Reservoir Dogs y Pulp Fiction, ésta última, por la que se hizo acreedor a la Palma de Oro del Festival de Cannes, entre muchos otros premios.

Mucho se ha hablado de que su última cinta tiene todo menos frescura y que peca de excesiva, incluso fue señalado en el seno del festival que lo premiara en aquél 1992 con el mayor galardón –del que es considerado como ‘consentido’-.

Sin embargo, es precisamente en el exceso en donde Tarantino abreva para convertirlo en virtud. De la mano de un chusco y delicioso Brad Pitt y un excelente grupo de actores (de entre los que destacan la hermosa francesa Melanie Laurent y el fenomenal austriaco Christophe Waltz), Quentin realiza sin el menor pudor y -con todo el humor negro que lo caracteriza- un documento ficcional divertidísimo que fiel a su estilo más glorioso llena de futuro la pantalla al corregir -literalmente con el poder de las balas- el doloroso pasado de la humanidad.

En el primer año de la ocupación alemana de Francia, Shosanna Dreyfuss (Mélanie Laurent) presencia la ejecución de su familia a manos del Coronel nazi Hans Landa (Christoph Waltz), sin embargo escapa milagrosamente y huye a París donde asume una nueva identidad como dueña y administradora de una sala de cine.

En otro lugar de Europa, el Teniente Aldo Raine (Brad Pitt) organiza un grupo de soldados estadunidenses de origen judío para hacer justicia y urdir un plan para eliminar a los líderes del Tercer Reich. El destino entra en juego bajo una marquesina de la sala de cine donde Shosanna está decidida a llevar a cabo su propia venganza.

Un guión perfecto, sardónico que contado con los recursos de ese Tarantino real que tanto extrañé desde Kill Bill, hace que los fieles a su cine griten frente a la pantalla ¡Welcome mother fucker. We miss you! Yo fui uno de ellos.

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