viernes, 5 de septiembre de 2008

México en el espejo, pobre México


Tras la fallida realización de esa pantalla titulada Iluminemos México, recibí un acertadísimo correo electrónico de mi amigo Sergio Pimentel en el que compartía su opinión con sus amigos, con esa gente que tras muchos madrazos de la vida y mejores procesos de formación profesional y personal, ya no nos creemos ni el discurso oficial, ni los intentos de engaño de un puñado de verdaderos conspiradores que pretenden aterrorizar a México con su basura disfrazada.

Esta es mi contribución mi Yeyo (me tomé prestada tu analogía del espejo y quizá algo más, pues coincido con tus palabras a cada teclazo), amigos, hermanos...

Y ahí les voy.

De la marcha Iluminemos México no tengo mucho que decir que no retumbe en las cabezas de cientos de miles que hace cuatro años pensaron que las cosas iban a ir mejor cuando se realizó otra de características similares: simplemente decepción.

No así sobre las consecuencias y contemplaciones adicionales. El origen fue calcado (la marcha se organizó tras el lamentable secuestro y asesinato del hijo de una persona pública y de dinero e influencias evidentes), la exigencia de su realización y la reiteración de sus postulados esta vez fue inoculada por la vía de Internet, este medio masivo de comunicación que demostró su efectividad. ¿Los destinatarios? una masa (a la que para casi todo desdeñan esos que ahora la convocaron sedientos de carne de cañón) cansada de tanto atropello, impunidad, injusticia y desequilibrio, factores todos que causan esa famosa inseguridad de la que tanto adolece este país.

Sin embargo, al hablar de inseguridad, debemos obligarnos todos a analizar el país en el que vivimos, la calidad moral de las generaciones actuales, el grado de indiferencia que ha alcanzado la población por el prójimo, la falta de educación y la prepotencia de la que millones hacen gala todos los días, además de la miseria humana –independientemente de esa que obedece a cuestiones económicas y de educación-: pero sobre todo, la profunda crisis de valores que padece no sólo este país, sino el mundo entero, un punto de inflexión en el que los peores vicios han hecho su hogar, carcomiendo las bases más estructurales de la convivencia humana.

Durante mucho tiempo escuché al periodista Tomás Mojarro, mejor conocido como “El Valedor”, criticar a todos aquellos que “exigían” algo a las autoridades. Me costó años entenderlo, pero al fin lo hice.

No México, no es exigiendo que escuche al que se hace el sordo como se van a resolver los asuntos más importantes de la agenda nacional, sino estableciendo puntos de acción desde el fuero interno, educándonos y protegiendo con bases a nuestro entorno, comprometiéndonos con una causa para iniciar un movimiento que no necesariamente tiene que ser ni violento, ni de respuesta. Sin duda, esto constituye la base de un proceso que tardará mucho tiempo en rendir frutos tangibles: se llama educación y honestidad, pero no de esos discursos vacíos diseñados por los empresarios organizados de este país que pagan spots en medios masivos, sino el que parte de los individuos, de cada uno de los ciudadanos que poblamos este país al que ninguna marcha -por loable que parezca- va a sacar del profundo agujero en el que está metido.

Es increíble que alguien pretenda que creamos que cualquier problema de inseguridad en diferentes estratos será resuelto si antes no se le pone un alto a todo el aparato que hoy funciona para favorecer el ejercicio de la corrupción y la mezquindad: nunca se va a lograr que ese magro 13% de denuncias se convierta en un hábito sano y responsable por parte de la ciudadanía, si los ministerios públicos, juzgados y reclusorios siguen secuestrados por una partida de incompetentes y corruptos seres que disfrutan de las mieles del presupuesto.

Por otro lado ¿hasta cuándo seremos sólo testigos de los alardes de esa clase política a la que ahora se le exigen acciones contra el cáncer que ellos mismos ayudaron a nutrir? ¿Hasta cuándo permitiremos que haya “políticos de carrera” que secuestran al erario para vivir a costillas de él toda su vida, amparados en el argumento vacuo de “velar por los intereses de la ciudadanía”, mismo que esgrimen sin ton ni son en campañas como promesa, y que en la realidad termina por convertirse en una línea argumental que repiten según las necesidades de sus saltos por diferentes cargos públicos en los que nunca demuestran nada, sino su ambición de poder y cinismo?

Y ni hablar del sistema penal tan podrido desde sus entrañas y alimentado por la corrupción de mandos, custodios, cuerpos policiales, jueces, magistrados y ministerios públicos que aplican una empantanada ley con raseros distintos, discrecionalmente y a conveniencia política, personal o de grupo, amparados en un ilusorio “estado de derecho” que sólo ellos creen que existe (¿me escuchas allá en donde estés maestro emérito Burgoa Orihuela?).

Esos lugares han demostrado hasta el hartazgo ser caldos de cultivo de criminales graduados en posgrados de modalidades más violentas. Lo más curioso es que aún en estos tiempos se sigue pretendiendo que sean considerados “Centros de Readaptación social”, cuando los criminales tendrían que verlos como lo único posible: centros de reclusión para el castigo de la sociedad a quien quebranta la paz social, a quien violenta los derechos de los integrantes de la sociedad misma.

La solución no está en penas mayores, ni en la categorización absurda del criminal que propuso el ejecutivo hace unos meses, menos en una visceral petición de pena de muerte. Millones (sí, millones) piden a gritos esa violenta Ley del Talión hoy en día logrando hacer eco en legisladores irresponsables que obvian el problema que entraña la aplicación desde un sistema podrido y sin autoridad moral, hecho que irremediablemente provocaría más resentimiento social. Lo que se debe hacer es castigar la reincidencia, la flagrancia y la malvivencia, así como el daño, y evaluar si esa persona que reincide en crímenes graves le sirve o no a la sociedad y para qué, y hasta entonces siquiera pensar en decidir sobre esas vidas.

De nada va a servir marcha alguna si antes los ciudadanos no nos comprometemos a mantener un irrestricto respeto a la honestidad que hoy se pide a gritos vestido de blanco y con veladoras en la mano en un limitado ejercicio ciudadano que muchos suponen suficiente y determinante. ¿Cuántos de los que marcharon están dispuestos a luchar con honestidad contra la ineficiencia, la corrupción, la mordida, la extorsión, la tranza? ¿Cuántos de ellos consumen drogas y fomentan la violencia del aparato ilegal que las lleva a sus manos? ¿Cuántos están dispuestos a seguir la ruta de la legalidad para conseguir sus fines financieros y de negocios en el corto, mediano y largo plazo? Podría parecer una lucha de David contra Goliat, pero no señores, los cambios más grandes se logran con bases pequeñas, pero firmes, desde la familia, con educación y amor.

Sé que ustedes, mis queridos hermanos que estén leyendo en este momento mi opinión, estarán de acuerdo conmigo en que la marcha de hace dos semanas fue realmente un desfile en un espejo, que en algo debe valer, pero que de ninguna manera será, ni hoy, ni nunca, suficiente para acabar de tajo con este cáncer que nos carcome.